Esta es una pequeña historia de un pequeño trozo de la vida de Guillermo Altadill, gran navegante español enrolado en la primera etapa a bordo del Team Russia.
La primera vez que crucé el mítico Cabo de Hornos fue durante la Withbread de 1989-90, a bordo del Fortuna; me acuerdo que lo pasamos con poco viento y que estábamos todos, desde que habíamos divisado la Isla Diego Ramírez a 50 millas, esperando en cubierta para hacernos la foto y ponernos, por turnos -y con ayuda una aguja de velas-, el arete en la oreja derecha.
Nos lo agradeció (la oreja) con una bonita infección y un lóbulo que quedó como una pelota de ping pong.
He de confesar que por aquellos tiempos pasar el Cabo y ponerse el arete era casi la motivación más importante de hacer la Whitbread/Volvo Ocean Race. Si no pasabas Cabo de Hornos, no habías hecho la vuelta al mundo aunque hubieras hecho todas las etapas anteriores.
Desde aquel día han pasado varios años, para ser más exactos dos décadas, en este tiempo los barcos han cambiado, las tripulaciones se han profesionalizado, la regata se ha mediatizado a niveles que por entonces no podíamos ni llegar a imaginar, la tecnología a dotado a los barcos de GPS, sistemas sofisticados de comunicación, seguridad y navegación.
Pero solo hay algo que no ha cambiado desde entonces, y que persiste desde que el hombre cruzó por primera vez la frontera entre el Atlántico y el Pacífico, y es esa pequeña Isla escarpada con su faro, sita en unos de los sitios mas remotos del mundo, y tampoco ha debido cambiar la sensación que percibe cada tripulante al cruzarlo.
Esa sensación debe ser la misma que siente un maratoniano al llegar al estadio de atletismo y cuando solo lo que quedan 400 metros después de haber recorrido mas de 40 kilómetros, mira hacia arriba y ve al público.
En la roca no hay publico, pero cuando tienes la suerte de pasar cerca de ella y no hay niebla, miras también hacia arriba y ahí está la roca negra, su faro y toda su leyenda que circula a su alrededor, y piensas que pase lo que pase desde ahora ya has cumplido tu objetivo: llegar de una pieza hasta aquí.
A partir de entonces solo tienes que “doblar” a la izquierda y empiezas a remontar el Atlántico, rumbo Norte, rumbo a casa.
Como he empezado este artículo con la primera vez que pasé Hornos lo acabaré con la última vez que lo hice: fue a bordo del Ericsson en la anterior edición de la Volvo, soplaban 50 nudos y no recuerdo haber visto unas olas rompiendo de semejante forma en mi vida. Cuando decidimos bajar la vela de proa ya era tarde y Tom Braidwood me dijo que el no iba ahí delante de ninguna manera.
Fueron algunas horas estresantes y recuerdo mirar atrás, y ver las masas de agua persiguiéndonos; de repente justo en la proa apareció tierra y las olas nos dejaron de preocupar. Fuimos a por una cámara, nos sentamos en la popa y nos hicimos una foto.
Cada uno indicábamos con los dedos cual era el numero de veces que lo habíamos pasado, tuve que utilizar mis dos manos y entonces me di cuenta del tiempo que había pasado desde la primera vez.
Como hubiera dicho Humphrey Bogart... “siempre nos quedará Cabo de Hornos”
Saludos y buenos vientos
El viernes 14 de junio de 1968 salió de Falmouth el Suhaili, un pequeño queche, con una figura solitaria al timón: Robin Knox-Johnston, de veintinueve años. Diez meses y medio más tarde, un Suhaili oxidado, con la pintura desconchada y las velas rasgadas y marrones, volvió triunfalmente a Falmouth. Robin Knox-Johnston se había convertido en el primer hombre que había circunnavegado el mundo en solitario y sin escalas.
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